La solución más rápida fue volver a lo ya conocido. El a ella, ella a no sentir.
Dejo ser su lado más perverso y corrio a los brazos de su pasado.
Ella evitaba pensar en él, recordarlo. Creía que como todo pasaría, sería otra anecdota más que recordar para reirse cuando, con amigas, hiciera referencia a lo dramatico de sus amores. Pero había noches en que el dolor parecía tomar forma física y atacar lo más profundo de su pecho. Hacer nido ahí. Aquellas eran noches interminables, el cenicero se atiborraba de colillas que guardaban tantas lágrimas de decepción como esa incomprensión gigante que, decía ella, era el motor de los recuerdos. Una y otra vez repasaba sus palabras, buscando en algún lugar del discurso perfecto una grieta. Algo que le hiciera ver lo ciega que había sido. Algo que le hiciera, por fin, comprender. Comprender o ver. Ver que él estaba en el lugar indicado, con la persona correcta. Pero las preguntas y reformulaciones de las mismas pasaban de largo junto con las horas sin pena ni gloria. El sol nacía, todo parecía dormise. ¿Por qué será? Por las noches ya ninguno de nosotros es tan valiente. No es tan fácil después de todo. Nada que le roza el alma a uno se olvida con tanta ligereza.
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