"Ni el amor, ni los encuentros verdaderos, ni siquiera los profundos desencuentros, son obra de las casualidades, sino que nos están misteriosamente reservados"
Dos desconocidos a punto de cruzarse.
Caminos y vidas diferentes. El cargaba sobre sí la reciente ruptura con un pasado conflictivo, incapaz de cortar lo cíclico de su comportamiento. El cansancio que deja intentarlo hasta límites indebidos. La frustración, y por último el miedo. Esto último fue lo primero que tuvieron en común. Ella avanzaba con él a cuestas, doblandola en tamaño. Consumía amores efímeros, casi como una elección a consciencia. Enamorada eternamente de la sensación de caer. Incapaz de permitirse ser feliz y sin embargo creyendo fervientemente en aquella magia que dícese, surge en los vínculos más insospechados.
Le gustaba decir que él había aparecido en su vida de repente. Imagino que porque así ella lo vivió, con esa cuota de dramatismo. El apareció sí, y para enseñarle de una forma rotunda, excluyente, y terminante lo estúpido que era querer llevar el control sobre lo que se siente. ¿Cómo es que pensaba poder controlarlo? Como hasta ahora: huyendo.
Y sin embargo, sucedió. Como todo aquello que vale la pena. Lo inexplicable de una conexión arroyadora que les hizo sólo poder entregarse, uno al otro. Desnudandose, mostrando las heridas. Ella lo cuestionaba todo hasta el punto de lo rídiculo, eligiendo creer que todo acabaría por derrumbarse frente a sus ojos. El la contenía con los brazos de su enorme calidez. Explicandole una y otra vez, confiando en que acabaría por ver lo transparente de sus intensiones. Y cuando su mirada chocó con la de él entendió todo. Pudo ver aquello que une a dos personas hasta el punto más íntimo, el hilo transparente que lo conecta todo. Como la sensación de tener frente a uno la respuesta para la gran icongnita. La vida riendose en sus caras del concepto de amor, y relación aplicado al mismo, que tenemos colectivamente como sociedad. La burla absoluta a la creencia estúpida de que las relaciones funcionan de acuerdo al grado de conveniencia. Como si eso asegurase sentir aquello que sólo está, o no, cuando dos pares de ojos en una misma habitación se encuentran ¿Quién puede explicar con lógica que dos perfectos desconocidos se besen, estrujen, y acaricien como si se conocieran de memoria? ¿Cómo es posible despertarse por primera vez frente a alguien y saberse tan en el sitio indicado? Su cara buscando desesperadamente los latidos del corazón de una mujer que le aceleraba el pulso hasta el grado máximo de la locura. Esa mujer le herizaba la piel, y necesitaba sujetarla entre sus brazos como si no acabara de creer que esto fuera real. Y la paz, la rotunda paz que regala el estar donde uno debe estar. El lugar adecuado, la forma conveniente y la persona exacta. La sincronización perfecta.
Pero acabaron por perderse de vista entre la gente, entre el montón. Y aunque, probablemente, jamás se olviden de lo que se hicieron sentir... se perdieron. Para siempre.
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